Una de las peculiaridades más importantes de Un, Dos, Tres… y que dan sentido a esta investigación es la impronta de su director, Narciso Ibáñez Serrador. Desde que el programa comenzara en 1972, el espacio se convirtió en el concurso por antonomasia de la televisión española influenciando o sirviendo de referencia a nuevos espacios nacionales de corte similar. “Recuerdo la cara que puso mi padre cuando se enteró de lo que iba a poner en marcha: “¿Pero cómo vas a hacer eso, después de la trayectoria que has llevado?”. Y creí que podía tener razón y tanto es así que en los primeros programas no aparecí en los títulos de crédito”, comenta el director. A las pocas semanas el programa se convierte en un éxito por lo que TVE reclama su presencia: “Recuerdo que el primer programa no tenía decorado ni un tema central. Poco a poco fui añadiendo cosas. Primero, apariciones de actuaciones que decían unas frasecitas; luego… Aún no existía la mezcla de concurso y show; poco a poco perfilé lo que hoy es Un, Dos, Tres”. La firma personal de su creador identificó rápidamente al concurso de un carácter privativo y exclusivo dotándole de un sello distintivo basado en la originalidad de sus formas. Esta noción de identidad obedeció al proceso operativo de la identificación asumida por un espectador que reconoció la coherencia de un universo creado a través de diversos roles y mecanismos asumidos por la dinámica y los componentes del programa (presentadores/personajes).
De esta manera, la identificación de los rasgos constitutivos y pertinentes de un sistema estético y de significación evidenciaron la marca Un, Dos, Tres… a pesar de compartir ciertas peculiaridades con el concurso estándar a través de criterios fundamentales genéricos. También es importante destacar las influencias recibidas para el diseño del programa que responden a la contribución de producciones de entretenimiento nacionales emitidas con anterioridad, formatos internacionales y, sobre todo, trabajos anteriores del autor (Historias para no dormir (1966), el telefilme Historia de la Frivolidad (1967) o la película La Residencia (1969) donde comenzaba a augurarse la peculiar forma de hacer televisión de Ibáñez Serrador a través de su imaginario de personajes y situaciones).